viernes, 28 de mayo de 2010



Durante toda la semana me acordé de una persona que no tendría por qué recordarla. No es amiga, ni familiar, ni vecina, ni siquiera conocida. En el verano de este año, estaba junto a mi Madre en un café de la galería Cristal en Viña del Mar. Hablábamos de las elecciones presidenciales, de su matrimonio, de la receta de galletas de maicena y de mi cambio de ciudad y pronta convivencia con mi Padre. Mientras conversábamos yo agarré el diario, con mi Madre es una de las pocas personas que realmente me siento cómoda para entablar un diálogo mientras leo. Al momento de leer me di cuenta que al frente mío estaba esta persona, esta joven muchacha a quien no veía hace años.

Mi Madre me seguía hablando, y tuve un gran flashback y me vi acostada pretendiendo donar sangre. Era para ella, quien sufre de polio y yo el 2006 le quise dar sangre y no me dejaron. No me dejaron por mi bajo peso de esa época y tenía todas las ganas de que vivieran, aunque ella no me conociese, ni yo a ella, aunque en mi vida la había visto, pero sabía que ella quería vivir, lo sentía y lo sabía. Ese año estuvo bien mal, luego estuve pendiente de su recuperación y estado de salud permanentemente, era finalmente una ex compañera de colegio de un ex pololo y yo lo único que quería era que viviese y que fuera feliz.

Al verla en ese café conversando con una amiga me sentí plenamente agradecida. Lo único que quería era ir hacia su asiento y abrazarla, por un momento pensé en decirle " Sabes, tu no me conoces, pero una vez quise donarte sangre cuando estabas complicada de salud y me alegra que estés bien". Lo más probable es que me hubiese mirado raro y se hubiese reído nerviosamente, o también me hubiese dado las gracias en el caso contrario. Pero a mi no me importa, fui feliz de verla bien, y tanto así que se lo comenté al oído a mi Madre.

Todos estos días la he recordado y le deseo muy bien, aunque se me olvide su apellido, siempre recuerdo su nombre y sus ojos verdes.